Revista Canábica envió un reportero a Brasil con el único fin de que se trabara en el máximo evento deportivo del planeta. A paso de buen marihuanero, el artículo solo estuvo listo un mes después de la final del Mundial, pero valió la pena esperar por este distrabado relato de hierba y fútbol en la tierra de la samba.
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James cobra el tiro de esquina mientras el sapo de la Fifa busca al fumón en la tribuna del Mineirao. |
Primera Entrega
Lo que más me preocupaba antes de viajar al Mundial era la marihuana. Mientras el resto de los más de 70 mil colombianos que fuimos a Brasil se ocupaban en conseguir boletas para los partidos, averiguar hospedajes y cotizar pasajes, yo solo pensaba en la manera de lograr mi gran objetivo mundialista: que la hierba no me faltara durante ese largo mes que duraría la Copa del Mundo.
La primera solución que encontré fue la clásica salida del burro colombiano cuando viaja al exterior: llevarme un moñito apenas lo suficientemente grande como para aguantar el amure de los primeros días, mientras aprendía a hacer la vuelta de la maconha (como llaman los brasileños a la hierba) en el país de Mané Gallina y Zé Pequeño.
Después de fumarme un baretote, tomé mi maleta, me metí el moño en los calzoncillos (los que llevaba puestos, desde luego) y me fui al aeropuerto ElDorado para afrontar un par de vuelos que sumaban unas ocho horas. Los controles de migración, los detectores de metales y las requisas -incluso con perros policías- no fueron rival para embarcarme en el avión, que iba repleto de colombianos, muchos de los cuales, me imagino, también llevaban sus propias dosis personales escondidas en alguna parte de su intimidad.
El vuelo no tuvo complicaciones. El porro que me fumé y la tranquilidad de haber coronado lo mío me ayudaron a dormir casi todo el trayecto. Una vez en Rio de Janeiro, me encontré con un país que estaba en modo Copa do Mundo, por lo que sus ciudadanos y hasta sus autoridades se mostraban extremadamente hospitalarios, es decir, no hubo requisas ni rayos X, lo que me hizo lamentarme y pensar: “pude haber traído hasta media libra”.
Fumando en el país mais grande do mundo
Ya con los pies en suelo brasilero y el moño en mi poder, llegó otra parte complicada de la traba en el extranjero: la fuma callejera. Tenía una casa solo para mí y mis acompañantes, lo que significaba que había un lugar tranquilo para fundir, pero yo quería saber cómo era una carburada en el espacio público del país más grande de Suramérica.
Primero probé echarme unos plones con mi pipa frente al mismísimo Maracaná, en donde habíamos hecho una parada para la foto obligatoria, antes de emprender camino a Belo Horizonte, lugar en el que Colombia jugó su primer partido.
Yo esperaba encontrarme con un paisaje similar al que pintan Ciudad de Dios o Tropa de Élite, lleno de tombos y negros en chancletas que venden y fuman sin control, pero me topé con decenas de personas que practicaban todo tipo de deportes frente al estadio más famoso del país (y tal vez del continente y del mundo) y que no se alarmaron al sentir la pisca de mi bareta colombiana.
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El Maracaná de noche, escenario de los primeros porros callejeros del autor en Brasil. |
Ya ploneado, abordé el bus rumbo a Belo Horizonte. De entrada, la capital del estado de Minas Gerais ofrece un paisaje interesante para el fumón: al salir de la terminal de transportes el viajero se encuentra con un barrio viejo y lleno de habitantes de la calle, lo que en cualquier lugar del mundo significa que se puede conseguir moño. Pese a esto, yo tenía lo suficiente para sobrevivir un par de días, entonces me fui directo al estadio a vivir mi primer partido mundialista.
Una traba tipo Fifa
Las normas Fifa exigen que los días de partidos las vías aledañas al estadio se cierren para los vehículos, por lo que era necesario caminar casi un kilómetro para llegar al Mineirao. El camino parecía un auténtico paisaje futbolero colombiano: miles de personas con camisetas amarillas tomaban aguardiente y entonaban canciones a la Selección, vendedores de sombreros vueltiaos hacían su agosto y uno que otro adolescente barrista retacaba para la boleta. Todo evocaba la patria, todo menos ese particular olor a hierba que solo nosotros sabemos imprimirle a nuestros partidos de fútbol. Nadie fumaba, no había nubes de humo en el cielomineiro.
Mi experiencia de fumón futbolero colombiano me ha enseñado que para entrar a un estadio hay que someterse a exigentes y humillantes requisas, por eso el moño encontró refugio otra vez en mi ropa interior antes de afrontar los controles de la entrada. Pero ni siquiera me esculcaron: solo un detector de metales se interponía entre el hincha y el estadio. Otra vez, me dije, “pude haber traído media libra”.
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Ambiente colombiano en el Mineirao, solo faltaron las nubes de humo de hierba. |
No sé si fue la euforia mundialista o el ambiente de gradería colombiana lo que me llevó a proponerle a dos amigos burros que lo pegáramos aún con los gorilas de la Fifa dispuestos a neutralizar a cualquiera que afectara al espectáculo. Al principio hubo miedo por lo que pudiera pasar, pero después de entonar el himno nacional casi hasta llorar, me decidí: tenía que fumarme un bareto.
Pegarlo fue fácil, pues estaba con un parche de unas 15 personas (de las cuales apenas tres éramos fumonas, las demás nos alcahueteaban) que me hacían la cortina perfecta para el armado. Ahora venía lo más complicado: la carburada.
Antes de que siquiera pudiera sacar mi encendedor, Pablo Armero anotó el primer gol y la euforia fue total, el escenario era perfecto para unos plones. El humo y el olor a bareta se mezclaron rápidamente con los abrazos, los gritos y las celebraciones de mis compatriotas, pero el partido reinició, la gente se sentó y el porro seguía humeando.
Colombianos, brasileros y agentes de seguridad de la Fifa notaron por igual que alguien fumaba en la gradería. Pero fue una paisana, que por cierto se veía poco futbolera, la primera en alarmarse y en decir al viento -como quien quiere denunciar algo sin boletearse- "Huy, huele a marihuana".
De inmediato un señor al que nunca había visto en la vida, pero que por su aspecto parecía un veterano de los estadios, le respondió diciéndole: "Así es en Colombia, dejé a los muchachos tranquilos que están viendo fútbol". Eso fue suficiente para terminarme mi porro sin preocuparme por sapo alguno de cualquier nacionalidad.
Desde ahí todo fue perfecto (más perfecto que antes, aunque suene raro). Trabado vi como la selección de mi país ganaba por primera vez en la historia de los mundiales un partido con una diferencia de 3 goles; además, en mi poder quedaba otro moñito, apenas lo suficientemente grande como para un calillo durante la caminata que debía realizar al salir del estadio.
Mientras me fumaba ese último porrito en las inmediaciones del Mineirao, muchas cosas rondaron mi cabeza: contaba la satisfacción infinita de haberme trabado en un estadio mundialista (todo un triunfo para un burro que gusta del fútbol), pero ya casi no me quedaba moño y aún tenía todo un mundial por delante, lo que significaba que tenía que conseguir hierba. Había llegado la hora de la verdad: mi marihuanidad y mi capacidad para pronunciar la palabramaconha se ponían a máxima prueba.
Continúa...