El fatídico anuncio de acabar con la
tradicional marca de tabaco, hecho por la compañía fabricante, decreta el fin
de una era con la que se va un pilar de la tradición fumona local, que supo
convertir este cigarro barato en el mejor aliado de tantas y tantas trabas.
El 'mustican', ideal para desvararse cuando no se tienen cueros. |
En estos tiempos turbulentos, las
tradiciones se han vuelto tan pasajeras que sus mitos se extinguen a la misma
velocidad que se consume un bareto flaco de hierba seca en medio de un
ventarrón. Los burros viejos colombianos, por ejemplo, desde hace algunos años venimos viendo cómo las dinámicas salvajes del libre mercado han querido
desaparecer el legendario corinto –una de las pocas variedades locales con
denominación de origen- para imponer las potencializadas y más rentables cepas
conocidas como creepy.
Aunque a fuerza de pulmón los fumones
de antaño hemos sabido resistir los embates anticorintianos, hoy somos testigos
de la forma en que los estándares comerciales destruyen otra de las leyendas
fundacionales de la fundimia local: el cigarrillo Mustang. Para pesar del
marihuano, la marca, creada en 1976 y que tiene una participación del 20% en el
mercado colombiano, dejará de comercializarse y será reemplazada por una
nueva: Rothmans, según informó la compañía fabricante.
EL MUSTANG Y YO
A pesar de no ser fumador de tabaco, mi
relación con el Mustang ha sido constante desde hace muchos años por una simple
razón: soy marihuanero. Por su precio, la facilidad para conseguirlo –lo venden
en todas partes, a diferencia, por ejemplo, del Piel Roja- y otras
características, el ‘mustican’ me ha acompañado desde mis primeras trabas,
cuando no sabía pegar el porro y debía desocupar uno de estos cigarros con
cuidado de no romper el papel para luego, en una dispendiosa labor casi de
prestidigitador, rellenarlo con hierba previamente trillada hasta el polvo; el viejo retacado.
Más tarde, cuando mis cualidades de
armador mejoraron y aprendí a desarmar el cigarro para con su cuero armar el bareto,
el cigarrillo del caballo siguió acompañando mis trabas por tres fuertes
razones: una, era de los cigarros más baratos que vendían, y aunque valía lo
mismo que algunos mentolados, lo prefería porque el papel de estos altera el
sabor del porro; la segunda, era fácil de despegar, tanto que muchas veces no
había ni que utilizar saliva para lograrlo –algunos lo abrían por cesárea,
sin humedecerlo y haciendo un corte lineal a mano sobre la franja del pegante-;
y la última, tenía el tamaño ideal para una traba de unos pocos plones, por lo
cual es perfecto para trabarse en intervalos breves, como un cambio de clase,
un receso para el café, etc..
Un Mustang desocupado listo para ser 'tacado'. |
A la marca, además, se le atribuyen
otras bondades bareteras. La primera, la práctica de fumarse un Mustang –ojalá
rojo- después del porro para “subir” la traba. La otra, la posibilidad de
convertir el brillante –el papel metalizado que recubre la
cajetilla por dentro- en un gran cuero mediante una complicada extirpación de
la sección de aluminio.
Inclusive, los aportes de este
cigarrillo a la marihuanidad llegan hasta el campo lexicográfico, pues el
término “un mustican” fue convertido por el fumón de a pie en
una unidad de medida que designa a la cantidad de bareta necesaria para llenar
un papel de Mustang desarmado. La expresión “véndame un mustican”,
se acuñó entonces para pedir un moño pequeño para el desvare -el
equivalente al contemporáneo “véndame una luquita”-.
Por todo lo anterior, no se puede negar que el Mustang ocupa un lugar importante en los anales de la
historia de la quema de bareta en Colombia, capítulo que se termina este año
con la desaparición del ‘mustican’, pero que los burros viejos añoraremos cada
vez que el salvajismo del mercado no nos deje otra opción que pegarnos un
bareto de modificada creepy en un insípido papel de Rothmans.