jueves, 24 de octubre de 2013

¿A qué sabe la marihuana legal?


Desde que Pepe Mujica dijo que iba a vender moños a un dólar, no he dejado de pensar cómo sería fumarse un bareto 'con todas las de ley'.




Voy a comprar un moño y no llevo las dos lukas en la mano, llego a la olla y no tengo que meter la plata por debajo de la puerta. Esta vez no voy a hacer la transacción con un expendedor de barrio: ahora mi jíbaro es el Estado, el mismo que me decomisaba moños y me madaba a la Upj.

Ya no tengo que esperar una hora en la esquina más visajosa del barrio (donde me boleteo con los vecinos y hasta con mi mamá) para que me lleven la bareta. Tampoco debo hacer la transacción plata-marihuana con un estrechón de mano mientras saludo al man. Simplemente entró, reviso la vitrina, escojo lo que quiero y pago en la caja.

¡Dos lukas un moño! (lo que equivale al dólar que cobra Mujica), solo un expendedor experimentado y conocedor del mercado podría establecer una cifra redonda como esa, perfecta para el marihuano engomado que se enbolata haciendo cuentas.



Me cruzo a los tombos saliendo, pero no me descargo ni cambió mi camino. Ya no pueden robarme lo que llevó a cambio de no subirme al camión, tampoco quitarme la marihuana, ahora hasta ellos la tienen que comprar si quieren trabarse.

Mi habilidad para pegar baretos mientras camino (la misma que practiqué y perfeccioné durante tantos años) ya no es útil. Armarlo ya no es un acto clandestino que debe hacerse a contrarreloj y en estado de alerta máxima. Me siento en cualquier parte y lo pego con la tranquilidad del que obra conforme a la ley.

Por fin lo prendo y me doy cuenta de que la marihuana sabe igual que la ilegal. Lo único que cambio fue el jíbaro y sus estrategias de mercadeo.

martes, 15 de octubre de 2013

Credo del marihuano colombiano

“El que hace producir el pasto para las bestias, y la hierba para el servicio del hombre…”, Salmo 104:14.




Creo en la hierba
que crece en mi Colombia hermosa,
creadora de la monchi y la risueña.

Creo en la Santa Marta Golden,
la de rubia cabellera,
que fue concebida en la sierra nevada
por obra y gracia de la sabia naturaleza.

Creo en el Corinto todo oloroso
de las montañas del Cauca,
que no tiene nada que envidiarle
a la bareta foránea.

Creo en los moños de dos lukas
y en los baretos de mil.
En el cafuche de la L
cuando estoy amurado
y en un cuarto de cripy en la 93
recién quinceniado.

Creo en la olla del barrio
y en los jíbaros a domicilio.
En los Transmilenios de la 63
y en una traba en la Nacho.

Creo en la Punto Rojo, la Mango Biche
la crespa de pantano y la unión de fuerzas.
Que la traba sea eterna.
¡Fumén!*


*Así sea fumado.

lunes, 7 de octubre de 2013

El Pibe de los marihuaneros


Siempre admiré al Pibe por sus cualidades como armador, y aunque no tengo talento para el fútbol, me las arreglé para consagrarme como el mejor armador… el mejor armador de baretos de mi parche.

Yo soñaba con ser el talentoso, el 10, el administrador del útil, el que maneja los tiempos del juego; y lo conseguí, pero no fue fácil. Como Valderrama, que dio sus primeros pasos en la humilde cancha de Pescaito, yo armé mis primeros baretos -deformes, feos y llenos de huecos- en el parque de mi barrio.



Las divisiones inferiores
Igual que el ‘Mono’, yo empecé viendo desde la banca cómo armaban otros más veteranos. Después, iba a mi casa y en la soledad de mi habitación ponía en práctica las jugadas que había visto hacer a mis ídolos.
Pero los resultados eran desastrosos, tanto así que me sentía el Totono Grisales de la arquitectura marihuanil y terminaba recurriendo a la vieja táctica bautizada por los colinos futboleros con el mote de otro reconocido personaje de nuestro fútbol: El Mísil Restrepo.
La táctica del Mísil (también conocida como misilear) consiste en ese hábito preadolescente de desocupar un cigarrillo sin desarmarlo para luego llenarlo de marihuana y fumárselo. Pronto me di cuenta de que jugando así nunca llegaría a ser un Valderrama, ni siquiera un Totono, y seguí entrenando.
A doble jornada, e incluso quedándome a practicar después de los entrenamientos,  hice todo mi proceso de inferiores y perfeccioné mi táctica hasta que llegó mi momento de debutar.

Nacido para armar
Debutar nunca es fácil. Cuando me dieron la bareta para rascarla me pareció más dura que una defensa de Ochoa Uribe y necesité mucho toque-toque para ponerla a punto.
Hacía más viento que en el estadio de Santa Marta, pero como lo hubiera hecho mi ídolo –otro hijo ilustre de la sagrada tierra de la Samarian Golden-, no me arrugué, pedí el cuero y me puse a hacer lo que mejor me sale: armar.
Pese a los nervios, pude mostrar todas mis condiciones con el útil de juego, que rotó por todo el terreno y resistió todo un picadito de plones largos, caídas y babeadas.
Al final, mis amigos y yo nos dimos en la cabeza casi tantas veces como lo hace Mario Yepes en un partido contra la delantera de Uruguay, y quedamos más trabados que Wílder Medina en día libre.

Ese día me di cuenta que no me quedaba grande la 10 y desde entonces la vengo vistiendo con orgullo cada vez que hay cotejo. Y sépanlo muy bien, pechifríos y sangreyucas: no me la pienso quitar hasta el mismísimo día en que cuelgue los guayos.


viernes, 4 de octubre de 2013

Siembra Canábica por Bogotá

Cada vez que arme un bareto, sáquele las pepas y siémbrelas en la vía pública. Adornemos nuestra Capital con lindas matas de marihuana.


¿Cuántas pepas le saca usted a cada bareto que se arma? Imagínese que todos los marihuaneros de Bogotá sembráramos esas semillas en la vía pública cada vez que nos fumáramos un porro. Ahora imagine la ciudad unos meses después, con sus calles adornadas por miles de pequeños y verdes arbustos de la hierba más alegre de la huerta.
Contribuir para lograr esa ciudad soñada es sencillo, incluso para un marihuanero, solo hace falta seguir estas sencillas instrucciones y en unos meses tendremos una Bogotá más verde, más Canábica.
Primero. Sáquele todas las pepas a la bareta antes de pegar el porro y esta vez, por favor, no las bote en el inodoro ni en la caneca de la basura.
Segundo. Mientras se fuma el bareto, identifique el lugar más apropiado (jardín, matera, zona verde, parque, potrero, separador, etc.) en donde le gustaría ver una planta de la mítica cannabis sativa y siembre allí las semillas.
Tercero. Repita esta operación cada vez que se trabe por las calles de la Capital y cuéntele a sus amigos agremiados para que la acción se replique y llegue a todos los rincones de la ciudad en donde haya un fumón.
Cuarto. Cada vez que se encuentre planta florecida, no importa si usted no la sembró, tómele una foto y envíela a Canábica para construir el álbum de memorias de una ciudad más amable y mucho más fumable.
Agremiado bogotano, Canábica lo invita a poner su pepita de hierba para adornar las grises calles de la Capital y llenarlas del fresco perfume de la mata santa.