Desde que Pepe Mujica dijo que iba a vender moños a un dólar, no he dejado de pensar cómo sería fumarse un bareto 'con todas las de ley'.
Voy a comprar un moño y no llevo las dos lukas en la mano, llego a la olla y no tengo que meter la plata por debajo de la puerta. Esta vez no voy a hacer la transacción con un expendedor de barrio: ahora mi jíbaro es el Estado, el mismo que me decomisaba moños y me madaba a la Upj.
Ya no tengo que esperar una hora en la esquina más visajosa del barrio (donde me boleteo con los vecinos y hasta con mi mamá) para que me lleven la bareta. Tampoco debo hacer la transacción plata-marihuana con un estrechón de mano mientras saludo al man. Simplemente entró, reviso la vitrina, escojo lo que quiero y pago en la caja.
¡Dos lukas un moño! (lo que equivale al dólar que cobra Mujica), solo un expendedor experimentado y conocedor del mercado podría establecer una cifra redonda como esa, perfecta para el marihuano engomado que se enbolata haciendo cuentas.
Me cruzo a los tombos saliendo, pero no me descargo ni cambió mi camino. Ya no pueden robarme lo que llevó a cambio de no subirme al camión, tampoco quitarme la marihuana, ahora hasta ellos la tienen que comprar si quieren trabarse.
Mi habilidad para pegar baretos mientras camino (la misma que practiqué y perfeccioné durante tantos años) ya no es útil. Armarlo ya no es un acto clandestino que debe hacerse a contrarreloj y en estado de alerta máxima. Me siento en cualquier parte y lo pego con la tranquilidad del que obra conforme a la ley.
Por fin lo prendo y me doy cuenta de que la marihuana sabe igual que la ilegal. Lo único que cambio fue el jíbaro y sus estrategias de mercadeo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario