lunes, 7 de octubre de 2013

El Pibe de los marihuaneros


Siempre admiré al Pibe por sus cualidades como armador, y aunque no tengo talento para el fútbol, me las arreglé para consagrarme como el mejor armador… el mejor armador de baretos de mi parche.

Yo soñaba con ser el talentoso, el 10, el administrador del útil, el que maneja los tiempos del juego; y lo conseguí, pero no fue fácil. Como Valderrama, que dio sus primeros pasos en la humilde cancha de Pescaito, yo armé mis primeros baretos -deformes, feos y llenos de huecos- en el parque de mi barrio.



Las divisiones inferiores
Igual que el ‘Mono’, yo empecé viendo desde la banca cómo armaban otros más veteranos. Después, iba a mi casa y en la soledad de mi habitación ponía en práctica las jugadas que había visto hacer a mis ídolos.
Pero los resultados eran desastrosos, tanto así que me sentía el Totono Grisales de la arquitectura marihuanil y terminaba recurriendo a la vieja táctica bautizada por los colinos futboleros con el mote de otro reconocido personaje de nuestro fútbol: El Mísil Restrepo.
La táctica del Mísil (también conocida como misilear) consiste en ese hábito preadolescente de desocupar un cigarrillo sin desarmarlo para luego llenarlo de marihuana y fumárselo. Pronto me di cuenta de que jugando así nunca llegaría a ser un Valderrama, ni siquiera un Totono, y seguí entrenando.
A doble jornada, e incluso quedándome a practicar después de los entrenamientos,  hice todo mi proceso de inferiores y perfeccioné mi táctica hasta que llegó mi momento de debutar.

Nacido para armar
Debutar nunca es fácil. Cuando me dieron la bareta para rascarla me pareció más dura que una defensa de Ochoa Uribe y necesité mucho toque-toque para ponerla a punto.
Hacía más viento que en el estadio de Santa Marta, pero como lo hubiera hecho mi ídolo –otro hijo ilustre de la sagrada tierra de la Samarian Golden-, no me arrugué, pedí el cuero y me puse a hacer lo que mejor me sale: armar.
Pese a los nervios, pude mostrar todas mis condiciones con el útil de juego, que rotó por todo el terreno y resistió todo un picadito de plones largos, caídas y babeadas.
Al final, mis amigos y yo nos dimos en la cabeza casi tantas veces como lo hace Mario Yepes en un partido contra la delantera de Uruguay, y quedamos más trabados que Wílder Medina en día libre.

Ese día me di cuenta que no me quedaba grande la 10 y desde entonces la vengo vistiendo con orgullo cada vez que hay cotejo. Y sépanlo muy bien, pechifríos y sangreyucas: no me la pienso quitar hasta el mismísimo día en que cuelgue los guayos.


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